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Lujuria en el concierto

SEX4LOVER Alice & Joe Lomas de virreyes, CDMX; México

(Este relato fue escrito en español como su idioma original)

Lujuria en el concierto (escrita por JOE)

El estadio estaba que no cabía un alma más. El concierto de Madonna era un éxito. Y ahora yo me sentía triste por no haber comprado boletos por adelantado porque mi esposa tuvo que salir fuera de México y no quería ir solo pero me decidí de último momento y tuve que llegar por algunas horas antes para comprar mi boleto. Todo lo que quedaba eran entradas de la parte superior. Yo me encontraba en el pasillo, en la última línea de asientos de la antepenúltima fila de la sección de abajo. Y de pronto, al mirar hacia un lado, la vi. Lo primero que me llamó la atención fueron aquellas bellas nalgas. Era como si hubieran sido hechas a mano, a la medida, de unas proporciones tan exactas que daban ganas de gritar. Y más aún en aquel momento cuando ella cruzó frente a mí, dirigiéndose a su asiento. Luego, ya casi que hubo llegado, se volvió lanzándome una sonrisa que casi me derrumba. Noté como sus ojos chisporroteaban con una incandescencia especial, entre lasciva y etérea. Me quedé absorto observando aquel rostro de una belleza rara. Me fijé en el pelo, era castaño claro con luces rubias. Después de aquello me costó trabajo concentrarme en lo que ocurría en el escenario. Como un grandulón delante de ella no la dejaba ver se quedó camino a un lado, apenas ella se detuvo, yo dividí mi atención entre el acto y sus divinas nalgas, cuyas ricas bolas movía al compás de la música. Me di cuenta de vez en cuando volteaba a verme. Después de la segunda tanda, ella se acercó voluptuosamente y me preguntó si se podía sentar en mis piernas pues necesitaba descansar. Puede que yo este un poco loco, pero no tanto como para negar una petición de este tipo. Nada más de imaginarme aquel par de cachetes divinos de nalgas encima de mí, el palo se me empezó a endurecer. Yo creo que ella notó el bulto que se me estaba formando en el pantalón pues dijo: – No temas pues yo no peso mucho y las tengo muy blandas -, aquello acabo por encenderme, poniéndomela más dura aún. Vi como ella bajaba aquel hermoso trasero. Colocándolo justo encima de mis piernas. Y vi como aquellas dos pelotas al agacharse formaban como una especie de corazón dibujado. Hasta que al fin hicieron contacto con mis muslos. Tuve que hacer un esfuerzo para no agarrar aquella deliciosa carne entre mis manos y masajearla. Puse, sin embargo, mis manos en sus caderas pero sin apretar nada más del contacto aquel mis dedos hormiguearon pues podía sentir como el tacto de la yema de mis dedos me decía que ella no tenía puesto nada. Ya la tercera tanda empezaba y la música comenzó de nuevo. Pero ella se quedó muy quieta, sin moverse al principio. Mas luego que la música arreció, ella empezó a moverse al compás. A medida que sus enloquecedoras nalgas se subieron a lo largo de mis piernas, sentí como la tranca se me endurecía, como si se fuera a partir. Con el inicio de un número lento, romántico, todas las luces, excepción hecha de la que alumbraba a Madonna, se apagaron. Al principio pensé que estaba incomoda sentada en mis rodillas y esa era la razón por la que ella cambiaba de posición a cada rato, para estar más cómoda. Pero me quedé estupefacto cuando ella estiró un brazo y me abrió la bragueta. Sus dedos, hábiles y extremadamente ingeniosos buscaron y encontraron, sin mucho problema, la abertura en mi pantalón y cariñosamente liberaron a aquel cilindro mío, duro como un palo, de su encierro. A medida que ella se me iba colocando en el lugar apropiado, fue dejando caer sus pantaletitas de modo que le bajaran hasta las rodillas y se enrolló la falda a la cintura. Fue en este momento que sentí el calor de sus nalgas. Era una piel suave y extremadamente sensual, delicada, hecha para besos y halagos y sesiones de verga y cogidas. Pero también así me la había imaginado yo. Y de pronto sentí como los dedos de sus manos se enrollaban alrededor de mi tranca y con un movimiento sutil, se la quiso introducir, un momento le dije, no sin condón, giro su rostro y me dijo tienes razón, se inclinó, saco de dentro de su pecho un condón, abrió sus piernas subió sus caderas y me lo coloco, después ella misma volvió a tomar mi tranca dura y se la introducía en la papaya. Los músicos continuaron tocando y la banda llego a su apogeo musical. La intensidad musical se incrementó y ella también comenzó a mover su cintura estando montada en mi al ritmo de la música, primero con movimientos circulares increíblemente lentos pero efectivos, los cuales hacían que mi tranca se introdujera aún más, tocando puntos dentro de aquella papaya que a ella electrizaban. La cueva de ella estaba tan mojada, que empecé a preocuparme de lo que haría cuando las luces se encendieran. Aquello era una locura, era divino el goce que estaba experimentando en esos momentos de lujuria. Hice un esfuerzo por no venirme y después hice otro más. No quería que eso acabara nunca. La canción terminó y fue recibida por un torrente de aplausos. Las luces se pusieron en transición, anunciando el próximo número. Ahí estaba yo, sentado en medio de un gentío compuesto de más de 30,000 personas, clavando a una chica sentada en mis piernas que apenas conocía. Era algo diabólico, increíble. Cogiéndome a con esta hermosa criatura y las luces a punto de encenderse. Por suerte, yo tenía puesto un saco largo deportivo con el cual podía ocultar aquel blanco culo y desnudo. La música arrancó de nuevo, era un número de rock de esos que levantan la presión y aumentan las pulsaciones del corazón. El ritmo del bajo y el baterista eran perfectos para ese sentido que mi desconocida tenía del ritmo. Me estaba montando a puro galope ahora, como si fuera una potranca salvaje. Toda aquella gente alrededor nuestro estaba tan absorta en la música, que ni siquiera notaban lo que nosotros hacíamos. Así pues, nadie me prestó atención cuando le metí mis manos por debajo de la blusa y le agarré aquellas hermosas tetas. Pude sentir como las aureolas que ella tenía eran fabulosas. Algo así como del tamaño de una galleta grande, inflamadas, llenas de pasión y deseo. Los pezones no se quedaban atrás. Estaban duros y erizados por efecto de la excitación sexual, de la calentura que parecía devorarla como una potranca aguardando la envestida del potro. Mientras yo amasaba sus senos dulcemente, jugando con los hinchados pezones, rozándolos con la yema de mis dedos, sentía como su fiebre se acrecentaba. Esa capacidad mía para aguantar el orgasmo, sentí que flaqueaba. Y de pronto el pánico casi me invade cuando sentí que una mano me tocaba el hombro. Demonios, pensé, nos han estado mirando todo este tiempo. Y ahora íbamos a ser expuestos como enfermos sexuales en frente de todo aquel público. ¡Por poco me desmayo! Resulto que todo lo que el tipo quería era un cerillo. Saqué una de mis manos de aquel tesoro, para hacerle una señal que no tenía, y volví a meterla. Pero ya no podía aguantar más. ¡Aquello era demasiado! Sus movimientos eran fantásticos. Me vine en chorros que parecían interminables. Eran estallidos de leche. Los chorros no tenían para cuando acabar. El temor de que me fueran a ver por un lado y aquella papaya rica, hicieron que me viniera como nunca. Soy de los pocos hombres afortunados que aun a pesar de haberse venido se le baja poco a poco, así que seguía con la tranca dura. Ella continuaba cabalgándome, más y más fuertemente, al compás de aquella música salvaje. Pero también ella era de carne y hueso y empezó a venirse en orgasmos múltiples que no tenían para cuando acabar. Sentí como su cuerpo se endurecía, jadeaba y daba sollozos de lujuria que se perdieron en el estruendo musical. Entonces en ella ocurrió un espasmo tembloroso y quedó exhausta encima de mí. Pero no descansamos mucho. Después que las luces se encendieron para volverse a apagar de nuevo, ella me volvió a montar. Solo que esta vez fue por el culo. Sacando una cremíta de su cartera, ella me colocó un nuevo condón y frotó toda la tranca con la crema y luego se me sentó encima y se la fue metiendo por el trasero muy despacito, lentamente. Yo no soy muy apasionado por cogerme un rico culo, pero cuando esto sucede, para que negarlo, es algo que hace que mi cerebro se ponga a funcionar en tiempo extra. Y a ella parecía encantarle sentir una verga bien dura metida en el culo Déjenme decirles que la conexión que habíamos hecho era tremenda. Después de haber visto aquellas nalgas con ropa, ahora me las estaba cogiendo, con toda la tranca metida en aquel culo apretado. Por lo general, mientras hago el amor, me gusta mirarlas a la cara para ver cuanto gozan, pero en aquel momento era distinto, era algo así como una sensación secreta… solo entre ella y yo. Orgasmos que nuestros cuerpos sentían y se correspondían en secreto… en silencio. Era algo ilegal pero muy erótico… todo a la vez. Cada pulgada de piel era un lugar erótico, extremadamente sensitivo. Además de hallarnos rodeados por miles de individuos, era aquella volcánica sexualidad que hizo inolvidable aquella noche. Fue después de la quinta vez que Madonna salió a la escena para responder a los aplausos del público, esperando que siguiera cantando, que ella se volteó para mirarme y me dio un rápido beso. Luego se levantó de encima mis rodillas y se colocó las pantaletas que estaban tiradas a un lado, se desenrollo la falda que tenía puesta, tan hábilmente y rápido, que me quedé con la boca abierta. Pero es increíble como las cosas buenas es difícil que se le escapen a uno. Aquellas gloriosas nalgas no desaparecieron debajo de la tela antes de que yo les diera una última ojeada después de acariciarlas, cruzando mis piernas rápidamente, me les quedé mirando. Mientras tanto ella, apretando mi brazo, me dio las gracias. Vi como su gloriosa figura desaparecía devorada por la multitud que llenaba el estadio mientras se levantaba aplaudiendo enfebrecido. Y ya, cuando terminé de abrocharme la bragueta, ella había desaparecido. Solo recuerdo que, a pesar de aquel cuerpo engañador, la dama en cuestión pasaba de los sesenta años. JOE


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