• Relatos Eroticos

  • Artículos de Interes

  • LifeInStyle

  • Kamasutra

  • Swingers

  • Sexualidad

  • Sex4lover en la Radio

Soy un hijo de puta

Un chavo que chantajea a su madre para convertirla en su amante.

Ese día llegué más temprano de lo habitual a casa, y saludé como siempre lo hacía: ¡mama! ¡papá!, pero esta vez no hubo respuesta. Extrañado un poco, fui directo a mi cuarto donde dejé mis libros, y después caminé hacia el cuarto de mis padres, donde la puerta estaba entreabierta. Lo que vi, cambió para siempre mi vida. Bueno, no es que un muchacho soltero de 17 años hubiera vivido mucho, pero aquello era increíble: ¡Mis padres estaban desnudos y en ese momento mi padre se disponía a clavar a mi madre!

Me restregué los ojos, como para ver si era cierto, y me acomodé al lado de la puerta, para poder ver sin ser visto, en caso de que alguno de ellos volviera a ver hacia donde yo me encontraba. Mi padre le chupaba las tetas con frenesí, y mi madre le decía, vamos por favor, clávamela ya, ¡no me hagas esperar!

Yo estaba en shock, ver a mi madre desnuda por vez primera (antes la había visto, pero no en una situación como esa), y segundo, verla como una cualquiera, suplicando por una verga, eso era demasiado. Sin embargo, el morbo era demasiado, a mis 17 años, no se tiene la oportunidad todos los días de ver sexo en vivo y en directo, y a sólo unos pasos de distancia, incluso aunque se tratara de mis padres, la situación era demasiado morbosa para cualquiera. El caso es que decidí quedarme a ver el espectáculo. Después de que mi madre le había pedido a mi padre que la clavara, él la complació. Sin ningún miramiento la ensarto completamente, los ojos de mi madre se abrieron como platos y empezó a gemir más fuerte, entonces rodeó a mi padre con sus piernas y se acompasaron en el ritmo de las embestidas (era obvio que los años de follar los hacía compenetrarse de inmediato), todo iba muy bien, hasta que al cabo de no más de 2 minutos, mi padre empezó a resoplar más fuerte, sus embestidas se hicieron más rápidas y enérgicas, y de pronto todo terminó.

Él se desplomó encima de mi madre, y ella le decía: no, no, no, por qué siempre es así, siempre me dejas caliente, ¡sólo piensas en ti! A lo que mi padre respondió: lo siento, estoy muy cansado, ¿qué quieres que haga?

Mi madre entonces, lo empujó hacia un lado y se levantó rápidamente, en ese momento, yo salí disparado para la parte de enfrente de la casa, y haciendo como que estaba entrando en ese momento, grité mis habituales saludos. Mamá me respondió desde su cuarto, ¡ya vamos! Yo me dirigí hacia mi cuarto y no salí hasta que me llamaron para cenar. Tenía demasiado en mi cabeza.

A esas alturas, las pocas experiencias sexuales que había tenido no habían sido todo lo placenteras que hubiera querido, además el problema de papá parecía hereditario. Me propuse entonces vengarme de los dos: de papá por haberme heredado esa inutilidad en el sexo, y de mamá por todas las veces que me había reñido. Ya tenía un plan y lo pensaba poner en práctica esa misma semana.

Papá trabajaba los sábados en la mañana en la oficina, y regresaba hasta las 2 o 3 de la tarde, por lo cual tenía suficiente tiempo para completar mi meta: ¡FOLLARME A MI MADRE!

A pesar de que acostumbramos a desayunar juntos el sábado, ese día no me levanté de la cama. Esperé que papá se fuera y cuando oí el ruido del coche alejarse, me desnudé por completo y me cubrí sólo con la sabana, y esperé.

Como a los veinte minutos (tal y como lo había imaginado), se apareció mi madre, recién bañada y perfumada y una bata sencilla que usa ella para andar más cómoda en la casa. Me preguntó que si estaba bien, que por qué no había ido a desayunar con ellos. Yo le dije que me sentía muy mal, pero que no podía decirle de qué se trataba, pues me daba mucha vergüenza.

-Vamos, soy tu madre y siempre nos hemos hablado con franqueza, dime qué tienes. -Pero, prométeme que no te vas a reír. -¡Prometido! dijo, alzando su mano derecha. -Bueno, lo que pasa es que (hice una pausa, respiré hondo) lo que pasa es que yo (volví a suspirar, ¡qué hijueputa que soy!) y se lo solté de una sola vez: mamá, creo que tengo problemas con el sexo, pues las veces que lo he hecho, he durado tanto para correrme, que mi pareja se corre varias veces, y a veces no me da tiempo de terminar, pues todavía estoy empalmado y mi pareja dice que eso no es natural, tu qué crees, mama, ¿crees que soy alguna clase de bicho raro? (y al decir bicho, gemí un poco, como queriendo llorar).

Mi madre no sabía qué decir, pero al rato reaccionó y me preguntó: oye hijo, y como cuánto duras tú, ya sabes, haciéndolo. Yo le traté de responder con la mayor naturalidad del mundo (como quien cuenta las noticias): mamá, duro en promedio 2 horas. A veces he durado menos, pero en promedio 2 horas.

-2 ¡HORAS! preguntó mi madre, y se llevó una mano a la boca, como tapándosela. -Sí, mamá, es eso malo. -¡Hijo, no creo que tengas nada de que preocuparte! En ese momento advertí que había un cierto brillo en sus ojos, que nunca había visto antes, y al bajar la vista, me fijé en que sus pezones se marcaban totalmente en su bata, ¡mi mama estaba excitada! ¡y era por mi! Decidí ir al todo por el todo y agregué:

-Sí, mamá, incluso eso me trae problemas, pues a veces cuando me levanto estoy empalmado y como duro tanto, tengo que esperarme mucho rato para poder bajar con ustedes. -Ahora mismo…, ¿estás excitado? me dijo con una mezcla de turbación y excitación que me terminó de decidir. -Sí, mamá, ¡mírame! Al decir esto, aparté la sabana que me cubría y dejé al descubierto mi pene que estaba excitado al máximo, imponente, majestuoso, incluso tenía el glande humedecido con líquido preseminal. Cuando volví a ver a mi madre, ella se acariciaba uno de sus pechos. Suavemente dirigí su mano libre hacia mi pene, ella no se opuso, creo que la excitaba la idea de pasar 2 horas haciendo el amor, aunque fuera con su hijo.

Lentamente empezó a subir y bajar su mano a lo largo de mi pene, lo miraba fijamente, con placer. Yo por mi parte, en un dos por tres le quité la bata que tenía puesta, y sin darle tiempo a reaccionar le empecé a chupar las tetas. ¡Qué tetas más ricas las de mi madre! Y ella empezó a gemir, yo le apretaba las tetas, se las sobaba, se las chupaba, y al mordérselas un poco, me di cuenta de que eso la ponía a mil.

Pero no quería entretenerme más en preliminares, debía poseer a mi madre de una buena vez, no quería dejarla pensar y jugarme el riesgo de que se arrepintiera. Bajé mi cabeza aún más y le besé el vientre, mientras que al bajar mi cuerpo le separé las piernas, volví a acomodarme arriba, como para seguir chupándole las tetas, pero en realidad lo que estaba haciendo era acomodándome mejor para penetrarla, mientras chupaba sus pechos con más fuerza y le daba pequeños mordiscos, con las manos le separé las piernas, ella no se dio cuenta de este movimiento (o no se quiso dar cuenta) y con mi mano derecha guié la punta de mi glande hacia esa fuente de calor que me llamaba, que pedía ser llenada, y cuando dejé de jugar con sus pechos, la miré fijamente a sus ojos, ella abrió sus ojos y me miró, extrañada, de por qué me había detenido, y en ese momento empujé con fuerza, hasta el fondo, como si la vida se me fuera en ese esfuerzo. Ella abrió más sus ojos (igual que lo vi hacerlo con papá) y me abrazó, y empezó a darme besos en toda la cara.

Al fin estaba adentro de su cálida y húmeda cueva, ¡cuánto tiempo había esperado por este maravilloso momento! Había fuego en la mirada de mi madre, se pasaba la lengua por los labios, pensando en el banquete que se iba a dar. Por fin podría dar rienda suelta a todos sus deseos reprimidos y sentirse libre, al fin.

Yo aproveché y empecé el metisaca, primero muy rápido (estaba muy excitado) y después un poco más lento, tratando de controlar y alargar al máximo el placer de la penetración.

Al cabo de dos minutos, (incluso creo que no llegaron ni a cumplirse), le di dos violentas embestidas, y derramé toda mi leche en su interior. Ella, que estaba comenzando a disfrutar, me miró extrañada, y me reclamó: ¿Qué es esto? ¿No es que durabas 2 horas? a lo que contesté mientras sacaba mi pene chorreante de su acogedora gruta:

– Lo siento mama, creo que es un problema de herencia. Y a menos que quieras que papá se de cuenta de esto, creo que no te queda más remedio que aceptarme como tu amante, ¡aunque el que goce sea sólo yo! ¡Te amo, mama!

– Eres un hijueputa, dijo resignada.